¡Y ayer nomás estábamos tan niños!
Trenzándole a la vida canto y tono,
tumultuosos de aliento y de rocío,
desnudos de recuerdos,
confesos de heroísmo.
Apenas duró el paso de una luna.
Apenas si fue el beso
escurridizo de una ola.
De pronto caravanas de ojos fijos,
horizontes sin luz.
Ventanales al humo,
al hielo, al miedo.
Al dolor y a la muerte, ventanales.
Maduramos de susto
y de impotencia,
de cuerpo a tierra
y a punta de tacón grueso calibre.
Tuvimos madurez sin esperanza,
ensimismada madurez
de tronco hueco.
La falta de la luz
secó el rocío,
el miedo a la crueldad
cortó el aliento.
Y andamos hoy,
de golpe
con la adultez a cuestas.
Desangrando un pasado
de decretos,
a nosotros el yugo,
la lámpara a las bestias.
Y andamos con la rabia
y el pasado,
con el vacío,
la lucha y la intemperie.
Devoramos el tiempo
a mordiscones,
resistimos el odio
a dentelladas.
Herido el corazón de realidades,
niega obstinado
que es un galgo herido,
machacando tenaz su letanía:
¡si ayer nomás estábamos corola!
¡si hace tan poco estábamos tan niños!
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