viernes, 24 de agosto de 2012

Prólogo


La tapa de un libro es una puerta. Abrirla y adentrarse es inaugurar una aventura. El prologuista es como el acomodador de aquellos cines de mi barrio que te entregaba un inservible programa y tendía su mano a la espera de una propina. Cuanto más, te acompañaba unos pocos metros con su linterna hasta que encontrabas tu asiento. Mucho más no podía hacer.

Permitirnos la lectura de los poemas de María Delia, es atrevernos a que un vendaval de imágenes se nos impriman o reaparezcan desde algún recóndito anaquel de la memoria. En mi caso, con aquella calidad de indelebles que tenían las que me regalaban las pantallas del Taricco, del Oeste, del Lorena y tantos otros más. Uno puede adivinar las caras, las voces, los olores de tanto y tanto compañero al que jamás conoció. Uno puede sentir entre la unánime blancura de montones de pañuelos, la desgarradora presencia de la causa de tanta heroicidad no deseada.
Internarse en estos poemas es conocer a la vieja de la digna pobreza, la del silencio elocuente, la del sabor irreemplazable, la del hilván plus cuan perfecto.

Transitar estos versos, es conocer a ese padre que retorna con aromas de tabaco y de gomina. Es resignificar palabras como tala, siesta o vendimia; ya en la libertaria heterodoxia del verso libre, ya entre las severas y endecasílabas fronteras de los catorce versos del soneto. En cualquiera de los casos, si una lágrima viene a visitar al caminante, será mejor que la atesore. Puede venir desde un lejano pueblo de España, desde el sufrimiento de algún compañero, desde el tesón de una abuela que busca, desde el formidable coraje de las madres que luchan. Sí, ha de ser bueno atesorarla.
Yo aquí los dejo, acomódense en sus butacas y paseen por estos poemas (como buen acomodador, yo ya vi esta película), no se aflijan por la propina. Voy a apagar la linterna, a guardar los inútiles programas, y voy a ir al bar de la esquina para acompañar los versos de María Delia con una copa (o dos) de buen tinto sanrafaelino. Les prometo que antes de beber, voy a brindar por ella y por ustedes, deseando que este sabor quede en mi paladar hasta la victoria.

Fernando Musante
Buenos Aires, junio de 2009    

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