viernes, 21 de diciembre de 2012

Chau 2012.

Estoy en condiciones de decir que el 2012 fue el peor año de mi vida. Algunos dirán que exagero, pero yo les aseguro que no. Seguramente pasaron cosas buenas, pero me pasó lo peor que me ha pasado. Lo peor. Perder a Delia es, sin dudas, lo peor que me ha pasado hasta ahora. Y los que me conocen saben que he atravesado dolores profundos... desde muy temprano... cuando la vida, o más bien también la muerte, se llevó a mi padre. Pero siempre estuvo Delia para sostenerme en ellos. En los dolores, digo. Y en este dolor, el más profundo e intenso, no la tengo y eso aguijonea aún más la herida. Y me da miedo lo que viene, porque sé que no la tendré para apuntalarme...

En este tiempo he aprendido algo: el dolor nos muestra como somos... Tal cual somos. Nos agudiza, nos potencia. Entonces, descubro que en el dolor el egoísta se vuelve más egoísta, el solidario más solidario, el generoso más generoso, el silenciosos más silencioso, el charlatán más charlatán... Como yo me sé cabrona, impaciente y ansiosa estoy segura de que en estos meses me he comportado más cabrona, más impaciente y más ansiosa que nunca. Pido disculpas por eso. Sobre todo a los más cercanos, a los que me bancan en el cotidiano...

Y agradezco... Agradezco desde el alma y desmesuradamente a los que de diferentes maneras han bancado este brutal estado mío. A los amigos y parientes más cercanos y más lejanos que se las han ingeniado para hacerse presente de mil formas; a los desconocidos entrañables que me han escrito a diario; a los que inventaron excusas para llamarme periódicamente pero con la clara intención de “distraerme”; a los que se sumaron a mis lágrimas y homenajes; a los que entendieron en silencio; a los que les dolió conmigo... a todos los digo un GRACIAS ASÍ DE GRANDE. Yo sé que no hace falta que los nombre (ni que los "etiquete")... cada uno sabe cuán cerca mío estuvo... Y sepan, de verdad, que todo ayuda. Que este dolor es por momentos como una intensa agonía solitaria, muy solitaria, y que saber que están ahí ayuda a seguir hundiéndose hasta el fondo para dar la patada que ayude a salir a la superficie. Sí... si están ahí es más fácil la esperanza de volver a disfrutar de la vida.

Y a los que no... a los que no han podido acompañarme, a los que no pudieron disculparme los posibles errores cometidos en este penoso tránsito que me ha tocado... les digo gracias igual... Porque me enseñaron mucho. Me enseñaron, por ejemplo, que el dolor pone las cosas en su lugar. Nos muestra descarnado tanto el interior como el exterior de esta vida, llena de dolores y alegrías.
Intentaré en estas “Fiestas”, el mejor festejo que pueda brindarme. Con todo el desgarro a cuestas, le pondré garra y fuerza al año que comienza... Porque estoy rodeada de gente que me ama y porque a Ella le hubiera gustado que así fuera.

¡Por un 2013 con buenas noticias!, brindo con cada uno que quiera levantar su copa y chocar con la mía.
Con el alma en la mano, Stella


domingo, 16 de diciembre de 2012

Inauguración del "Centro Cultural y Deportivo María Delia Matute"



INFORMACIÓN DE PRENSA. ROGAMOS DIFUSIÓN.
¡¡¡¡ATENCIÓN ZONA SUR!!!!!
Se inaugura un centro cultural y deportivo en la Zona Sur
El viernes 21 de diciembre se realizará la inauguración oficial del “Centro Cultural y Deportivo María Delia Matute”.
El evento comenzará a las 20 hs. y habrá cine al aire libre, músicos invitados, juegos para los más chicos, parrilla a precios populares, brindis de inauguración y despedida del año.
El “Centro Cultural y Deportivo María Delia Matute” es una propuesta sin fines de lucro a cargo de Mariano Bragan, Alejandra Robles y Mauro y Pablo Iaccono. Es una iniciativa para llevar a cabo actividades culturales poniendo el acento en lo nacional y popular, desarrollar tareas deportivas y ofrecer un servicio social. Funciona en Sarmiento 2102 (esquina Caxaraville), en la localidad de Gerli, Avellaneda.
Se ruega confirmar presencia para poder calcular comida y bebida.
Para informes, consultas y confirmaciones: 3970-5038.
Los esperamos.


María Delia Matute: Poeta, escritora. Correctora. Militante. Nació en San Rafael, Mendoza, el  6 de junio de 1949. Su infancia y adolescencia transcurrieron en las soleadas veredas de su ciudad natal.
Al terminar la secundaria se mudó a vivir a Buenos Aires para  estudiar Filosofía y Letras; y tiempo más tarde se graduó como Maestra para Ciegos.
Militante comprometida con lo político y lo social, en 1976 sufrió la persecución de la dictadura militar y la desaparición de muchos de sus compañeros. Eso derivó, entre otras cosas, que se autodefiniera como una sobreviviente de la tragedia, lo que marcó definitivamente su vida.
Para resistir a esa “sobrevivencia” durante los años de la dictadura escribió incansablemente una infinidad de cuentos y poemas entre los que se puede destacar un trabajo llamado “Expertas en coraje y duelo”, dedicado a las Madres de Plaza de Mayo; y otro titulado “Parte de ausencia”, dedicado a los 30.000 compañeros detenidos-desaparecidos.
Ya en Democracia retomó su militancia política luchando por la Memoria, la Verdad y la Justicia. Hizo la Carrera de Educación Popular en la Universidad de las Madres y dedicó muchas horas ejerciendo su título.
Fue buena hija, mejor hermana, enorme amiga, gran compañera y,  sobre todo, una madre maravillosa y la vida de sus tres hijas dan prueba clara de ello.
Militante incansable, luchadora apasionada por la memoria, la verdad, la justicia y por un mundo mejor.
Compartió su amor por la literatura trabajando como docente en talleres de redacción y en la corrección de estilos. Sus facultades de pitonisa la convirtieron en facilitadora e interpretadora del I Ching, gran oráculo.
La vida no le ahorró dolores. Pero también le brindó felicidades. Como el nacimiento de su primer nieto, Camilo, en febrero de 2009.
Apasionada, todo lo que encaró lo llevó a cabo con el máximo de compromiso. Pero nada la hizo tan feliz y la exaltó tanto como escribir. Su vocación por la palabra era infinita.
María Delia fue, de acuerdo a lo que reza el diccionario de la Real Academia Española, una “persona que compone obras poéticas y está dotada de las facultades necesarias para componerlas”, o sea, una poeta (que es lo mismo).
La muerte, se la llevó de un zarpazo el 13 de agosto de 2012, dejando atónitos a todos los que la amaban.
Así la despidieron sus compañeros de militancia de “carameloblindado”:
“¡Ha muerto una Revolucionaria! ¡Qué  viva la Revolución!”. Así  despedíamos a nuestros combatientes. Delia combatió siempre contra la injustica social. En los últimos años desde la Memoria, por la Verdad y la Justicia. Así la recordaremos. ¡Hasta la Victoria Siempre, Delia Matute!


jueves, 13 de diciembre de 2012

CUATRO MESES


El Gordo Yacante vivía en la esquina de mi casa. Era un adolescente voluminoso y ruidoso, amigo de mi hermano. Un día se cayó de un árbol y se arrancó una pierna… Fue una conmoción para el barrio y para el pueblo todo. Y fue también mi primer contacto con una tragedia. Yo tendría 8 o 9 años y mis ojos y mis oídos no podían con tanto. Fue esa la primera vez que escuché hablar del “miembro fanstasma”. Recuerdo a mi hermano, muchos meses después del accidente, desencajado (y mirá que era difícil desencajarlo) contar que la pierna le seguía picando al Gordo Yacante, le seguía doliendo, seguía sintiendo frío o calor en el pie ausente, se le acalambraba y hasta se le dormía la pierna… como si la tuviera… Yo escuchaba silenciosa y luego le escribía a Delia que me contestaba largas cartas explicándome por qué sucedía lo que le sucedía al Gordo Yacante… Delia siempre tenía respuestas razonables y claras para todo. Y siempre tan precisa en sus explicaciones…
Hace cuatro meses que la extraño. Extraño a mi hermana… a mi amiga, a mi compañera, a mi confidente, mi cómplice, mi comadre, mi camarada, mi compinche; “mi tierra, mi sangre, mi pana y mi llave”, como dice Galeano que dicen por Latinoamérica…
Extraño a mi hermana, hermana mía… Y más… porque extrañándola extraño todo lo que ella era y todo lo que era yo al tenerla.
La extraño a ella, pero también extraño su casa, que era como mía. Extraño sus comidas, el olor de su cocina, sus plantas y sus flores, sus cuadros y sus libros, su música,  sus regalos creativos, sus postres deliciosos, la calidez de su habitación, la interpretación de su I Ching, su mesa generosa, la charla de su  mate, la alegría de su vino.
Extraño sus mails, su voz, su amor por los gatos, su vocación por las palabras, su ternura abismal, su dolor social, su comprensión  infinita, su emoción por las Madres, su lealtad a los Compañeros, su devoción por el Ché, su análisis exacto, su confianza en el Hombre, su paciencia con los niños, su don docente,  su aguda sesera, su idea y su credo, su severidad. Extraño nuestras extendidas charlas nocturnas cuando se quedaba a dormir en casa… y hasta nuestras discusiones.
Extraño todo lo que había cuando ella estaba… Extraño su voz, su palabra, su convocatoria familiar, su abrazo, su llamado cotidiano  y su reto. La extraño porque la necesito. Pero también porque ella me necesitaba… La extraño porque ella ha sido una de las poquísimas personas que me ha hecho sentir que mi opinión le importaba. Porque si yo no la llamaba ella me llamaba. Porque si le pasaba algo, bueno o malo, necesitaba contármelo. Porque buscaba mi consejo y mi opinión. Porque me amaba y me lo decía.  Porque necesitaba verme y hasta con esfuerzo generaba las condiciones para que lo hiciéramos…. Extraño nuestro proyecto de envejecer juntas…
Y, sin embargo, es raro. Porque la invoco y la convoco, y ahora charlo con ella aún más que antes. Ahora charlo con ella todo el tiempo. Todo el tiempo, sísísí to-do-el-tiem-po, como si la tuviera.
Su ausencia es como si me hubieran arrancado una pierna. Que sigue picando, doliendo, sintiendo frío o calor, acalambrándose y durmiéndose…  Como aquel “miembro fantasma” del gordo Yacante, que ella supo explicarme tan bien cuando aquel doloroso asombro de la infancia. Pero ya no soy una niña, aunque así me sienta en medio del dolor; ni ella está para explicármelo…


sábado, 8 de diciembre de 2012

Sin John y sin Delia...



Fue ella quien me hizo conocerlo. Fue ella quien me hizo amarlo. Fue ella quien me dijo que lo habían asesinado. Fue ella, obvio, quien me abrazó para consolarme. Ella... que estaba cien veces más dolorida que yo... La vi llorar por él, aquel día. Y lloré con ella... y lloramos juntas, como tantas veces. Si yo creyera... si yo creyera, desearía que hoy estén por algún lado... él cantando y ella disfrutando.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Comienza a funcionar el "C.C. Delia Matute"

ATENCIÓN ZONA SUR.


El “Centro Cultural Delia Matute” comienza sus actividades.
El sábado 8, a partir de las 10 de la mañana, se inaugurará una feria comunitaria y solidaria de frutas y verduras traídas del Mercado Central, que se venderán en bolsones económicos sin ningún tipo de recargo de precio.
La Feria estará acompañada de una muestra artística:
- arte digital a cargo de Carolina Sosa Gligliasa sobre el 7d
- exposición de cuadros en la calle a cargo de Gregorio Pistas, artista plástico y vecino.
- y además música y percusión.
El “Centro Cultural Delia Matute” es una propuesta sin fines de lucro a cargo de Mariano Bragan; y funciona en Sarmiento 2102 (esquina Caxaraville), en la localidad de Gerli, Avellaneda.
 Las actividades del sábado 8 se extenderán hasta alrededor de las 13.30 horas.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Centro Cultural Delia Matute

Dice Carolina Ghigliazza Sosa (amiga de Mariano Bragan): 

"Hay gente que hace bien.
Mi amigo Mariano tiene en su casa y la de su familia un centro cultural y organiza una feria comunitaria para que la gente de su barrio pueda comprar verduras y frutas al precio que las venden en el Mercado Central, por hacerlo no gana ni un peso ni puesto ni prestigio ni fans, lo hace por la felicidad que le causa trabajar para que todos estemos mejor. Vamos Compañeros!! no nos aguantemos las ganas de hacer cosas que le hacen bien a los demás".


Ese Centro Cultural lleva por nombre el de Delia.
"Centro Cultural Delia Matute" ...
Así se llama.
Mariano es hijo de Lili Flores... La amiga de Delia de toda la vida. 
Y yo, inevitablemente, me pregunto qué diría Delia... 
Se reiría, seguramente. Diría que Mariano está loco, seguramente... 
Pero también se llenaría de orgullo y emoción. 
Delia merece esto. Y hubiese sido tan bello que ella se enterase de que despertaba estas cosas... pucha digo...



miércoles, 21 de noviembre de 2012

Insomnio y recuerdos

1985, enero. Delia y su enorme corazón... Me abrió su casa para festejar mi cumpleaños... como tantas veces... Cuadernos, agendas, libros... qué suerte que tengo esta "maldita" costumbre de ocupar rincones con recuerdos...


lunes, 12 de noviembre de 2012

3 meses sin Delia


delia delia delia delia delia delia delia delia delia delia delia delia Delia Delia Delia Delia Delia Delia Delia Delia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DELia DELia DELia DELia DELia DELia DELia DELia DELia DELia DELIa DELIa DELIa DELIa DELIa DELIa DELIa DELIa DELIa DELIa DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA delia delia delia delia delia delia delia delia delia delia delia delia Delia Delia Delia Delia Delia Delia Delia Delia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DELia DELia DELia DELia DELia DELia DELia DELia DELia DELia DELIa DELIa DELIa DELIa DELIa DELIa DELIa DELIa DELIa DELIa DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA 

Así me despierto cada mañana desde hace tres meses... con una voz que desde algún rincón desconocido reitera eso en ritmo de mantra, en tiempo de dolor, en melodía de tristeza, en son de alarido, en pulso de penita, en compás de lamento... Puede sonar exagerado o demasía, pero es así. Cada mañana me despierto, entre sollozo y suspiro, repintiendo ese arrullo entre desesperante y esperanzador... Esperanzador de que todo haya sido una patética pesadilla. Pero no. No. Y así empieza cada día... y me miro al espejo y pienso en Delia y salgo a la calle y veo a Delia y entro a laburar y espero a Delia y estudio y necesito a Delia y miro el jacarandá florecido y está Delia y voy al cine y comparto con Delia y estreno espectáculo y la veo entre el público y voy a cenar y pido su comida favorita y levanto una copa de vino y brindo por ella, brindo con ella, y pienso en mi infancia y husmeo su abrazo y leo una novela y busco su palabra y miro el cielo y siento su ausencia y pienso en mi madre y tropiezo con Delia y pienso en mi padre y Delia me acompaña y agarro el teléfono y pienso en llamarla y entro en el facebook y busco su muro y miro sus fotos y lloro en silencio y leo los diarios y recuerdo su compromiso y sonrío y acaricio a Delia y nace Julia y convoco a Delia y así... en cada cosa que hago, que escucho, que digo, que pienso, que siento, que observo está Delia sin estar... sin estar... Así... desde hace tres meses... cada día, cada hora... y pienso el futuro y me aterra sin ella... 
¿Cómo dicen? ¿Que la deje ir? Ya se fue... no necesité dejarla ir para que se vaya... se fue sin que yo la dejara irse... 
¿Cómo dicen? ¿Que siga adelante? Sigo... no sé cómo ni sé con qué fuerzas, pero sigo adelante... 
¿Cómo dicen? ¿Que ella está para siempre adentro mío? Sí... lo sé, lo sé... desesperadamente lo sé... irreversiblemente lo sé... insoportablemente lo sé... 
Si es por eso que cada mañana, desde hace tres meses, me despierta un susurro que desgarradoramente vuelve a repetirme: 

 ...delia delia delia delia delia delia delia delia delia delia delia delia Delia Delia Delia Delia Delia Delia Delia Delia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DELia DELia DELia DELia DELia DELia DELia DELia DELia DELia DELIa DELIa DELIa DELIa DELIa DELIa DELIa DELIa DELIa DELIa DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA delia delia delia delia delia delia delia delia delia delia delia delia Delia Delia Delia Delia Delia Delia Delia Delia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DElia DELia DELia DELia DELia DELia DELia DELia DELia DELia DELia DELIa DELIa DELIa DELIa DELIa DELIa DELIa DELIa DELIa DELIa DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA DELIA... 

y así empieza un nuevo día.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Estrenar sin Delia



Raro, difícil y triste me resulta llegar a este primer estreno sin Delia... 
Atípico será no recibir su abrazo, no entibiarme con su emoción, no disfrutar su opinión... No recuerdo estreno en el que ella no me haya acompañado. Intensamente, como todo lo que hacía. 
 Hace unos días una médica sabia me dijo: “La muerte nos sucede a los vivos. Ella se murió. Pero su muerte te sucede a vos. Y con eso cada uno hace lo que puede.” Y debe ser así, nomás... Yo estoy pudiendo poco. Pero pude retomar este proyecto y llegar a su estreno. Así fue como le he ido dedicando cada ensayo, cada palabra aprendida, cada gesto logrado. Así es como le dedico este estreno. Y le dedicaré cada función... Este proyecto todo, desde mí, es para ella. Porque ella ha estado en él más presente que nunca, más flagrante que en ningún otro... Pero me sobra su ausencia por todos los rincones... “La presencia del ausente”, que le dicen. 
Agradezco mucho, pero mucho, a Fernando Alegre (director), Alicia Naya (compañera de elenco) y Martín Althaparro (asistente): por la paciencia, por las palabras, por el silencio, por los recibimientos, por comprender, por apoyarme y contenerme. 
Agradezco el abrazo preciso e imprescindible de Lautaro
Agradezco la compañía de Musante, compañero. 
Y agradezco especialmente a todos los que sensible, generosa y buenamente me han llamado o me han escrito manifestándome sus deseos de acompañarme (física y/o espiritualmente), comprendiendo sin vueltas la complejidad de este estreno para mí... Cada palabra, cada ofrecimiento, cada deseo me han llegado al centro del alma. 
Allá voy... a sentir una vez más ese vértigo que se produce cuando las luces se apagan, el murmullo se calla, el reflector se enciende, y uno sube a ese espacio sin red que es el escenario... 
Delia no estará sentadita en la platea. Pero estará todo el tiempo entre cada espectador y yo. 
No lo duden. 
3 de noviembre, 2012 – A dos meses, veinte días y poco menos de once horas del zarpazo brutal.

sábado, 27 de octubre de 2012

Ahora, en el perpetuo recuerdo de su pueblo

(Escrito en 2010, por la muerte del compañero Presidente).


"Las revoluciones las hacen los pueblos; de modo que cada pueblo la hace a su imagen y semejanza" -dice el Che.
 La imagen del pueblo argentino, sobre todo la de los más trabajadores, humildes y pobres, con su profundo dolor y sentimiento de orfandad, revela claramente que eligió y destaca un líder a quien considera noble defensor de la libertad de los pueblos: Néstor Kirchner. Un peronista. Téngase esto en cuenta. La mayoría del pueblo argentino es esencialmente peronista. Por lo tanto, no hay mínima posiblidad de hacer la revolución socialista anticapitalista en nuestro país sin los peronistas, porque no habrá revolución sin la participación de la mayoría del pueblo.
Comparto la definición de pueblo que da Fidel Castro en "La historia me absolverá". Citándolo de memoria (no textualmente), digo que no llamamos pueblo a los sectores acomodados y conservadores; a esos les viene bien cualquier gobierno o régimen siempre que sea opresor y déspota. Si hablamos de lucha, y de eso sabemos bastante, pueblo es esa masa a la que todos le prometen grandes beneficios para la patria cuando quieren conseguir su apoyo en las urnas, porque es el pueblo el que anhela una patria mejor y más digna y justa, movido por ansias de justicia, de transformaciones totales y está listo para dar hasta la vida para lograr eso, cuando cree en algo o en alguien. Es evidente que Kirchner se ganó esa fe. Hizo algunas cosas que nadie había encarado después de años de ignominia, entre las que me interesa destacar una: abrazó a las Madres de los luchadores masacrados y desaparecidos y ellas se abrazaron a él. No por rato, no para una foto, sino para impulsar y sumarse a la lucha histórica que pide juicio, castigo, cárcel para todos los genocidas.
 Esta actitud y la de estrecha solidaridad con los pueblos latinoamericanos recibe nuestro elogio y el de los líderes y pueblos democráticos. Como presidente, cuando fue jefe del gobierno nacional, como integrante destacado en organizaciones regionales, como peronista, defendió posturas y realizó acciones que estaban anheladas por años. Nada puede arrebatarle nuestro agradecimiento. Quien logra infundir en el pueblo la esperanza de una vida mejor, impulsa la necesidad de crear mejores condiciones de vida y de organización, de adquirir conciencia social y elegir mejor dirección para la lucha popular. Sin duda, esto lo logró Néstor Kirchner.
En el inmenso movimiento popular que aspira a la liberación, hay mucho divisionismo, prejuicios, sectarismo, dogmatismo, esto dificulta la unidad. Ahora Kirchner está pasando a la inmortalidad, que aquí en la tierra la conceden los pueblos resguardando en su memoria, para transferirlo a las futuras generaciones, el mensaje del elegido.
Aspiramos que ese mensaje contenga la bandera de la unidad, nos es imprescindible.
Las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, nuestros héroes vivos, lo han llamado hijo y han destacado las acciones de amparo que él les brindó. A quien Ellas llaman hijo, nosotros llamamos compañero.
Compañero Néstor Kirchner presente ahora y siempre en las luchas del pueblo argentino.
¡Hasta la victoria siempre! 

de María Delia Matute, el El Viernes, 29 de octubre de 2010 a la(s) 0:44 ·

 (aporte de Guady)

martes, 23 de octubre de 2012

"sigue girando en el bello planeta..."

Una visitante de la muestra del viernes me escribió este mail que comparto acá... 
Tal cual ella, Delia, lo decía... "una vez que venimos a esta vida ya nunca más nos vamos. Seguimos girando en el bello planeta..." 
Y ha de ser así nomás. Ella, Delia, siempre tenía razón... 
Sigue girando en el bello planeta... y me emociona ser partícipe de sus giros... 


To: stellamatute@hotmail.com
Subject: para el blog de María Delia
Date: Tue, 23 Oct 2012 20:03:00 -0300+

Hola Stella

Estuve recorriendo el blog  de Delia......tuve el gusto de conocerte en Guijuana, y a traves tuyo, con toda la pasion y  el sentimiento en tu relato,  siento que conozco a la lindisima  mujer que era tu hermana Delia, este blog ya estara guardado entre mis elegidos, y a mano para disfrutarlo......
Frente al dolor de haberla perdido solo puedo decirte que hay seres tan luminosos que ningun zarpazo de la muerte los deja en el olvido.....
Te mando un abrazo y si te parece.... me gustaria compartirlo en Facebook
Cris Compañy

viernes, 19 de octubre de 2012

"La palabra sana..."


La palabra sana. Así decía Delia a menudo… Y de hecho su palabra era sanadora. Es sanadora… Y será… 
En este tiempo, en estos dos meses y monedas, me he aferrado casi obsesivamente a su palabra. He buscado sus poemas, sus cuentos, sus relat
os. He hurgado en agendas, libros, cajas. He recuperado dedicatorias, tarjetitas, esquelas… Todo me sirve… Su palabra es prácticamente lo único que me alivia un poco la tristeza infinita que me atraviesa. Literamente, me atraviesa.
Su palabra y la compañía de Musante. Compañero incansable.
Y el abrazo de mi hijo... infinito y curador.
Y así como su palabra me sana, su palabra me convoca…
GUIJUANA DE ARTE me insistió hace dos días en que participara en la muestra “Las palabras van…” y acepté el desafío…
Así es que participo de esta muestra con palabras que no son mías pero me pertenecen.
Participo con dos propuestas muy diferentes entre sí pero con un denominador común: YO.
Palabras de Delia, mi hermana hermana mía.
Palabras de Musante, compañero amor mío.
Por un lado, 9 poemas de de Delia mezclados con imágenes… infancia, pueblo, alegría, dolores…
Por otro lado, 17 sonetos de Musante dedicados a nuestro amor… a mí.
Palabras de Delia.
Palabras de Musante.
Palabras mías por prepotencia del amor.
PALABRA, AMORES, RECUERDOS…
¿Qué más para un alivio?
¿Qué menos para un Homenaje?

La muestra inaugura el sábado 20 (sí, pasado mañana) en Guijuana de Arte. Anchorena 914, a partir de 20.30. Y estará abierta hasta el viernes 26 de octubre todos los días de 17 a 20.
Ojalá puedan acompañarme. Los espero. 
Stella

jueves, 18 de octubre de 2012

1989, cuando Lautaro estaba en la panza...


1989 ¡Qué año se viene!

Cuando vivir se vuelve imperativo
           Como hoy...

y una sueña en pañales
  conversa con ositos,
y se le caen sonrisas
  sin motivos...

Cuando se piensa !nuestro"
mientras se dice "mío",
y "yo" sólo es "nosotros" para siempre...

  ha llegado el momento
  "ese", el definitivo.


Por vos, por tu hijo, por lo que te amamos
¡Fuerza!!!
Ma. Delia


(encontrado en la primer página de mi agenda de 1989, año del nacimiento de Lautaro)




miércoles, 3 de octubre de 2012

HOY

Hoy rescato esta frase de Delia, escrita en un mail en relación a su admiración por Alfredo Zitarrosa:

"...decir lo que se piensa y actuar según lo "dicho-pensado" es difícil, pero es lo único que redime de la vergüenza de vivir entre tanta hipocresía". (Delia - 18/1/2009)

jueves, 27 de septiembre de 2012

EL ACCIDENTE - Cuento de ciencia-real

se lo dedico a Oscar, marido de la "envidriada", 
por enfrentar este vía crucis con decisión y amor.
María Delia Matute


La congelada sabiduría de mi diccionario dice que un "suceso imprevisto, generalmente desgraciado, que altera la marcha norma de las cosas" se llama ACCIDENTE.
Pongámosle ese nombre, entonces, al relato y mantengamos la atención desafiante y kafkiana. Lo merece. 

Fue el 28 de noviembre de 1992 en un cumpleaños infantil. Estaban los niños, dos abuelas y una tía. La mamá de la cumpleañera cocinaba. Una pizza fue para los niños, la otra para los "grandes".

El "accidente" entró con el primer mordisco y gambeteó a los dientes, engañó a la lengua y aceleró su firaje perpendicular en la tragada. 
La tía Lili pareció ahogarse y quedó suspendida con las manos en algo y un gesto de dolor intenso, indudable. 
No estaba ahogada, escupió sangre, recuperó una voz entre doblegada y vidriosa (adjetivo comprobable texto y días más tarde) para asegurar que se había tragado "algo" y, dueña de un sostenido control, más admirable que comprensible, decidió seguir en el festejo y contemporizar amablemente las consideraciones desconcertadas, y desconcertantes, sobre el "accidente". Soportó respetuosamente el martirio de la clavija que le perdonó la vida, tal vez por esto justamente, ...hasta que no pudo más. 

Dos horas después del accidente la confiabilidad de la medicina privada dio una respuesta aceptable y acertadas:  -Aquí no podemos hacer nada- le dijeron en el ITOIS, -no hay endoscopista, no hay endoscopio. -Vaya al Hospital Muñiz-.
Y allí llegó, ya convertida oficialmente en la paciente Liliana Flores.
El cuello engarrotado, escupiendo la saliva que no podía tragar, tensa, enmudecida, con una esperanza de apuro puesta en ese hospital público que atiende, fundamentalmente, sidosos e infectados.

La endoscopía no mostró al "objeto extraño". Un coágulo se desprendió de la sombría llaga esofágica. La inflamación extrema demoraba diagnóstico y alivio. 
A 86 horas del "accidente" regresó al Muñiz. Dieta líquida y reposo no aliviaron ni el cuerpo ni la convicción de la paciente. Su dedo señalaba un lugar exacto en el lado izquierdo de su cuello, -"aquí tengo algo clavado"-. La segunda endoscopía no mostraba nada pero la radiografía le dio la razón al dedo. Un "objeto extraño" sonreía desde su posición privilegiada, a medio camino de la tráquea, del paquete ganglionar y de los vasos sanguíneos. 
Los médicos del Muñiz se mostraron cautelosos, criteriosos y decididos. Urgía trasladar a la paciente a un lugar de menos riesgo de infección y operar.

A las 88 horas de tragarse al "intruso", en la paquetísima y privada clínica "Esperanza", comprobó, conmovida, que si la inteligencia humana es limitada la estupidez no tiene límites, ni la desvergüenza fronteras: un técnico amable y apresurado le hizo radiografías de frente y espalda (que abonará la Obra Social) y le aclaró que, tal vez,  parte del "objeto extraño" había migrado a un pulmón!!
La tía, ya convertida en paciente, recordó que en su salud es fonoaudióloga y no se detuvo a mandar al carajo al técnico porque era mejor mandar ahí mismo a la clínica entera. 

Habían transcurrido 92 horas desde el "accidente" cuando entró a terapia intensiva del Hospital Francés. 
Una vez más la esperanza de desvincularse de su huésped renacía. Estaba en un grandioso y afamado hospital privado.

A poco de internarse la atendió un médico de apellido japonés, con rasgos al tono, y dio por sentado que estaba en manos de la milenaria sabiduría oriental... no volvió a verlo... y él a ella tampoco. 
Pasó internada, entre terapia intensiva y sala, cinco días y medio sin que volviera a verla un médico del hospital.

Sin atención médica, sin poder comer, con una flebitis, porque sus venas habían tomado la delantera en materia de reacción, se fue del célebre Hospital Francés hacia las viejas y públicas camas del Hospital de Clínicas.
A esta altura ya competía en un certamen de resistencia vital y a la tribuna que la alentaba, familia y amigos, se sumó el equipo profesional de la Sala 3 de garganta y la impavidez admirada de los estudiantes de la materia.
Las tomografías computadas, precisas e inmediatas, mostraron un desconocido y alarmante "objeto extraño" acorralado para siempre, gracias a la premura con que un músculo lo recibió, luego de que atravesó la pared del esófago, abandonándolo, igual que a la paciente los médicos del Hospital Francés. 

Ya en diciembre, el jueves 10, en el quirófano del Hospital de Clínicas, los médicos de la salud pública acorralaron al objeto atrincherado durante 279 horas, lo alcanzaron, agujero en el cuello y lograron vencer toda resistencia. 
La paciente pasó a ser la operada Liliana Flores y el objeto extraño un trozo de vidrio templado, desprendido en anterior accidente de vaya a saber dónde en dirección a la masa de la prepizza de "Ecomax", prestigioso, confiable y popular supermercado de Avellaneda.
El vidrio del escándalo pasó de mano en mano, alojado en la gasa que reemplazó al confortable músculo, y quienes pudimos ver de cerca a esa medialuna siniestra, afilada y de doble punta, hemos empezado a considerar la existencia de los milagros.

La operada, con optimismo a prueba de medicina privada y de vidrios panificados, cree poder recrear la normalidad alterada. Eso sí, sabe que hay un antes y un después del "accidente".
Enchalinada de gasa blanca, con un tubito-drenaje saliendo de su cuello, otro tubito-alimentador colgando de su nariz y 5 kilos menos regresó a su rol de mamá el 13 de diciembre.
Se está recuperando. A quienes quieran agradecer a Dios se les ruega también hacerse tiempo para agradecerle que no todos los hospitales se hayan privatizado en este país afectado de tal síndrome.

El "accidente" nos ha planteado interrogantes y terrores, y mostrado el norte de nuestra incertidumbre.
¿Cuál fue el "accidente" principal y cuáles los secundarios?
Podemos vivir sobresaltados como si, acechando entre bambalinas ciudadanas, nos apuntara algún revolver de conspiración en crecimiento horizontal  Sobrevivimos resistiendo, pero ¿tener que sospechar del apasionado e inocente rubor de una pizza?...
La normalidad que destruyó este accidente es la de la vida cotidiana de la tía-señora-paciente-profesional-operada-mamá Liliana. Pero no logró destruir la normalidad laboral de la panadería, ni la inercia, indiferencia, inoperancia, ineficacia e inutilidad de los centros médicos donde se trabaja por el interés-ganancia. Ni siquiera logró romper con la normalidad del trabajar bien en el público Hospital de Clínicas, a pesar de todo. A pesar del intento bastante exitoso en el país de convertir en retazos la dignidad humana.

Y así estamos, pensando que algo debiéramos hacer para que no crean que sólo somos los que comen vidrio. 

sábado, 22 de septiembre de 2012

¿Por qué?

"La muerte es un acto absurdo, brutal del destino (,,,) del cual no es posible culpar a nadie (...) sino solo bajar la cabeza y recibir el golpe como los seres pobres, desamparados que somos, librados al juego de la fuerza mayor..." (Sigmund Freud)

viernes, 21 de septiembre de 2012

PARTE DE AUSENCIA

María Delia Matute escribió este texto a modo de catársis dolorosa... violenta. Decía que no podía parar y que no podía escribir sobre este tema de otra manera que no fuera en rima, que eso le daba una distancia que la protegía. "Parte de Ausencia"  fue para ella un alarido sanador. 



PARTE DE AUSENCIA

Hago en rigor la diferencia:
mientras cualquier Parte de Guerra
espera ser bien recibido,
este Parte de Ausencia
tiene por esperanza
impedir el olvido.


MARÍA DELIA MATUTE
1985



I.                    SECUESTRO

La sombra de una sorda altanería
cruzó mi habitación, cayó a mi lecho
y mi conciente sueño, vulnerado,
se volvió para siempre pesadilla.

En un golpe de sombras van mis ojos,
en un golpe de manos va mi pecho
y en lo mismo mis huesos, que no han hecho
ni ruido, cayendo contrahechos.

¿Adónde voy en estas condiciones?
si es que voy a algún lado y no es que sueño,
sé quién me arranca de ser mi propio dueño,
quién invadió mi vida y las razones.

Una jauría humana me empuja y acomete,
y me empuja contra otra que es mecánica,
un desquicio me fuerza, me somete
y estanca en la tranca metálica.

Suena el motor y suenan las pisadas,
suena una pirotecnia de impaciencia,
sobre mi bulto llueven las pedradas
de unas suelas que oprimen mi existencia.

Va la velocidad, y yo con ella,
pero yo no me voy, sólo me llevan.
Todo lo dejo atrás menos la huella.
Todo me da en doler, todo me apena.

¿Dónde está mi sudor que no me moja?
¿Dónde está mi saliva y mis latidos?
Mi aliento contra el piso se deshoja
como un otoño seco y sometido.

Me quiero defender, alzar el pecho
y la herradura aprieta y me sofoca,
la mordaza devuelve un eco estrecho
apretando rugidos de mi boca.

Tanta afrenta agudiza mis sentidos,
concentro mi atención en lo que siento.
Voy armando un reloj con los sonidos,
un tic tac de intuición y sufrimiento.

Alejaron, las ruedas que me roban,
la tierra revocada y su contorno.
Fuera de la ciudad siento me llevan,
quedo sin procedencia y sin entorno.


II.  CÁRCEL – Llegada

La eléctrica matriz cesa sus tumbos
y en concordancia de manos y portazos
voy de la estancia inmóvil a otro rumbo,
ando entre los insultos y los golpazos.

Me arrojan a un eclipse sin sosiego,
a una beca insaciable que devora,
doy contra este cemento, mudo y cierto,
y soy sólo una ausencia en esta hora.

Mis ojos dan sin luz contra una tela
que aprieta más mi vida que mis ojos,
un gran presentimiento soy que hiela
mi posible vivir y mis despojos.


III. CALABOZO – Primer momento – Desorientación

Ni estoy solo, ni estoy en compañía
no registro la vida ni la muerte,
ni si aún es de noche o es de día,
todo mi alrededor es sombra inerte.

Soy una posición sin horizonte,
soy un alejamiento sin certeza,
un desaliento soy sin que me conste,
una breve rotura que progresa.


                        Segundo momento – Reconocimiento

Siento a mi alrededor otras ausencias:
un cultivo de carnes mutiladas,
un injerto de infierno a la inocencia,
un sagrario de estrellas violentadas.

Amparado en mi ruina y en mi nada,
contenido en miedo todavía
me da en la frente una certeza clara:
no estoy yo solo, tengo compañía.

Me alejo de mí mismo, me distancio,
y me ordeno hacia adentro,
administro el valor, mi tolerancia,
a pesar de mi estado me concentro.

Avergonzando voy mi cuerpo inmóvil
lenta, muy lentamente lo incorporo,
apenas corro la capucha indócil:
vengo a dolor así por cada poro.

Me está rodeando toda la tristeza,
arqueados mis hermanos por el hierro,
rotos están, quebrados y escupidos,
son cristales trizados con dureza.

Ellos y yo puestos a fuego lento,
puestos rabiosamente en el incendio
de esta hoguera de sombra y de cemento,
combustión del horror y del desprecio.

Este es mi calabozo innumerado,
mi asiento, tierra y lecho,
estos mis compañeros y familia,
para todos el cielo es este techo.

Esta humedad que huele a sangre
es nuestro oxígeno y nuestro aire,
y nuestro ombligo, seco por el hambre,
se saciará en mirarnos y dolernos.

No hay mucho más que ver, todo lo he visto:
las laboriosas manos mutiladas,
los transparentes ojos desprovistos,
las honrosas arterias y venas desangradas.

Me endurezco, me sobra lo que soy y lo que he sido.
Endurecidamente alzo desde el horror mi ideología,
a este cáliz siniestro opondré estremecido
cuanto aprendí: solidez, ternura y sangre fría.

Después de sopesar toda la saña,
disculpando mi miedo, mi impotencia,
ya mi razonamiento no se extraña
de este despliegue de odio y de violencia.

Ya me estoy recobrando, conociendo
que en juego este final había apostado,
sepan: de lo que soy no me arrepiento,
cuanto peleo merece ser peleado.

Cumple bien la capucha su destino
de ocultarle mi rostro a los bandidos,
sólo alumbran mis ojos un camino:
de unión y lucha de los sometidos.

Convicción y objetivo de existencia
mi fuerza desatada, poca o mucha,
contra el sistema injusto y su estrategia.
Al servicio del Pueblo yo y mi lucha.

Latinoamericana convicción
que a tantos padres debo como herencia,
llamando a nuestros pueblos a la unión
contra el imperialismo y sus agencias.

Si revolucionariamente voy
hacia un común destino libertario,
sirviéndole a mi Patria soy y doy
un sentido futuro a este calvario.


IV.              TIEMPO Y CAUTIVERIOS COMPARTIDOS

Al calor de los soles fraternales
que de mis compañeros son sus ojos,
se me olvidan tinieblas abismales
y se me olvida el frío calabozo.

Si bien en esta celda estoy tirado
tengo consuelo franco en sus miradas,
puedo, en tanto, sentirme enamorado
de esta suerte final de la celada.

La dilatada sombra carcelaria
es un presagiamiento de quebrantos,
una señal es, diaria y rutinaria,
de dolores terribles y de espanto.

Una faja de fe nos une y ata,
la misma nos alienta y nos anima;
no triunfará este hierro que nos mata,
sí triunfará este amor que nos domina.

En esta celda somos los que somos,
por no haber visitantes ni el porvenir asoma.
Un yacimiento de penas en los hombros
y orfandad en las manos amorosas.

Somos los que vinimos y se fueron,
somos los que vendrán y nos iremos,
bajo una misma sombra nos trajeron,
sobre una misma luz retornaremos.

Por mi hermano me veo en agonía,
por mi rabia y mi voz clama mi hermano,
por tanto y tants clama mi porfía:
no podrá con lo humano lo inhumano.

Ya se escucha ese ruido de ataúdes,
el resoplar feroz de los verdugos,
una sombra ocultando multitudes,
una garra ajustando nuestro yugo.

Mirándonos en un adiós de angustia,
que es una despedida para siempre,
sabiendo inapelable la sentencia
ante la bestia disfrazada de hombre.

No arrastrarán sino algunos despojos
si es que a la rastra algo nos devuelven,
un epitafio serán serán esos dos ojos,
por vergüenza la muerte no resuelve.

Conservado en la espera y consumido,
en mi desesperar ya sin remedio,
hago mi propio acecho dolorido,
suba y baja la muerte, yo en el medio.


V.  SALIDA DEL CALABOZO

Y hoy me ha tocado a mí, cesó la espera.
Cuatro han venido en busca de mi suerte,
cuatro fauces abiertas, cuatro fieras.
Uno yo y débil. Ellos cuatro y fuertes.

Testigos son los muros y el cemento,
testigos mis hermanos, sus despojos,
de que llevado soy hacia el tormento:
alta llevo la frente, limpios mis ojos.

Todo es una extensión de la celada
en que la Patria exhausta se arrodilla,
y vengo a dar en carne triturada
del engranaje de armas y cuchillas.


VI.   TORTURA

Piernas atadas fuertemente, y brazos,
y mi desnudo cuerpo dolorido
yace a merced de todos los zarpazos,
a merced de verdugos forajidos.

Me hablan en un lenguaje de tinieblas
que asustaría a los rayos si escucharan,
por sus fauces espumareja y niebla
y por los ojos cuervos, les escapan.

Manos vienen a mí que no son manos
sobre mi carne son sacabocados,
un aliento de boca de serpiente
viene a quemar mis ojos y mi frente.

Logran quebrar incluso hasta mis huesos,
que se me abran arterias distendidas
en un hervor de sangre dolorida.
Y hasta mi propia muerte tiene miedo.

Voy dolorosamente aguijoneado
por espolón eléctrico y caliente,
soy angustiosamente torturado
en un voltaje altísimo y ardiente.

            Consciente soy del sol.
            Consciente del futuro.
            Consciente del pasado
                        y el presente.
            No nos derrotarán
            estoy seguro.
            Convoco a mi corazón
            y a mi silencio.
            Convoco a la razón     
y al alma mía.
            Mis armas son.
Soy el Amor
            y el odio no me toca,
                        ni me roza.
            No me espanta mi suerte,
            mi agonía,
            pulso en mi distorsión
            la luz del día.
            No lograrán rendirme
                        la alegría.
            Habrá un amanecer
            de cielo constelado
            de luz, amor
                        y vida,
            y el alma que me arrancan,
            en ese cielo mío
            que ya veo,
            tendré desperezar
            de golondrinas.


VII. ASESINADO – PARA SIEMPRE PRESENTE

Atado, amordazado y torturado,
asesinado, pero no vencido,
se le apagó la vida en el costado
no parecía muerto ni dormido.

La expectante pupila contemplaba
un seguro destino inexpugnable:
tras de la heroica huella de su sangre
la Patria Nueva y Libre comenzaba.

..................................................

LABERINTO. Un cuento.


LABERINTO
(un cuento de María Delia Matute)

"Para Stella,
 porque sólo ella podrá distinguir los relumbrones
de la realidad en medio de la fantasía
y porque sabe y comprende que únicamente
la segunda nos ayuda a soportar lo absurdo
 y doloroso de la primera".


El Chino se sentó en la cama. Dany le rodeó los hombros con el brazo derecho, lo atrajo contra su pecho, le besó la rente y la cabeza y lo espolvoreó de susurros. El Chino se dejó y acurrucadito decreció en años, en virilidad, en salud. Por un momento propiciaron un ensamblado casi perfecto, llamativamente estético.
El brazo izquierdo de Dany tenía la aguja del suero. Junto a la cama, el pie metálico sostenía dos sachets y los canutos plásticos de cada envase se unían medio metro abajo al tercero, larguísimo, insertado en el brazo de Dany. La unión entre los tubitos estaba hecha con un codito de plástico rojo que parecía un adorno para alegrar la vista.
Dany estaba muy enferme, atrapado hacía años y cada crisis lo disminuía y lo abollaba otro poco. Debía sentirse mal, pero intentaba sostener la dignidad vital hasta el fin, aunque los párpados permanecieran irremediablemente a media asta.
Dany retuvo a su Chino un ratito, le pestañeó con intención, le hizo un mohín, agregó algún beso más y le dio dos palmadas de ánimo con la mano del brazo en que se perdía la aguja, afirmada con dos tiras adhesivas. Nos miró y lo soltó justo en el momento en que entraba un hombre petisísimo y gritón, vestido de gris; caminaba como si se le hubiese perdido algo, pero sólo buscaba cambiarle las bolsas a los tachitos de basura.
Nos movimos para dejarlo pasar y creo que todos aprovechamos para echar un vistazo al moribundo de la otra cama. Según rumores de enfermera, era hijo de un coronel y se moría abandonado a su mala suerte porque, al menos en la Argentina, los militares no vistan hijos descarriados que se mueren de SIDA en esos apartaditos de tres por tres del Hospital de Infectocontagiosos Doctor Muñiz.
Yo apenas vi y volví la vista hacia Dany que me observaba divertido y se le notaba en la pupila. Tiene esos ojos grisverdeacero que hacen juego con la picardía, el entusiasmo, la intuición y la astucia. Sabía que yo estaba malcontrolándome, exigiendo mesura a mi curiosidad y que un tipo entremuerto y las caricias entre homosexuales me acuciaban. Le sonreí pero no le inspiré piedad.
El de la limpieza salió encorvado, siguió así por el pasillo y le gritó a un enfermo que iba arrastrando las chancletas hacia la salida: “¡si te veo fumando, te arranco la cabeza! ¡Y tenés tres minutos para volver a la cama!”.
Vi pasar al tipo y comprendí. Llevaba un pucho en la oreja, insertado entre el pabellón y el cráneo. Era toda una exhibición en esa cabeza de calavera viva, cubierta de piel, sin carne. En serio: ni en la boca le quedaba encarnadura y alrededor de algunos dientes, los labios parecían un volado. Llegar afuera le costaba un triunfo, pobre; respiraba con la boca abierta, tenía los ojos desmesurados y no conseguía fijar la mirada en lo que quería, sino que los globos perdidos iban oscilando en las órbitas. De atrás me recordó patente un espantapájaros que construimos de chicos con una percha, unos palos, camisa y pantalón de mi viejo. A este espantapájaros humano le faltaba el volumen de la cabeza de aquel otro, que se la hicimos con un globo, me acuerdo, y la cabellera, copiosa, de lana y también, el sombrero de paja.
Me dieron ganas de seguirlo. Fumaría caminando bajo los árboles gigantes que hay entre los pabellones del Muñiz y rendiría en cada pitada un homenaje a los buenos momentos de la vida, ese apenador de pájaros, que ya no daba más.
Resistí la tentación de ir tras él y me di vuelta, observé al recoge-basuras que seguía vociferando, molestaba con intención, provocaba por gusto, mientras entraba a los apartaditos uno a la derecha, otro a la izquierda. Caminé un poco por mirar, había pocas visitas pero casi todos tenían alguna. Desde la cuarta pieza a la que me asomé, tres personas sentadas en la misma cama me miraron severamente y no supe cuál era la enferma. ¡Mi madre, aquí todo es premonición de lápidas!, pensé. Giré para volverme, el silencio me apuró. Otra vez oí al de la basura que amenazaba a alguien: “ya vas a ver, vas a ver la que te espera”. Entré donde mi enfermo.
Dany estaba de pie, contaba otra vez su vuelta a la conciencia en terapia intensiva y su histrionismo la volvía cada día más graciosa. Se movía actoralmente, seductor como siempre y agitaba la cuerdita transparente por la que circulaba el líquido invisible. El codito rojo saltaba al compás de su brazo. ¡Qué bien lleva las cosas!, pensé. Me había apoyado en el marquito de la puerta, de espaldas al pasillo y me agarró un escalofrío súbito que me hizo taconear y disculparme. Simulé un resbalón. Sentí que alguien iba a morir ya mismo y le eché un vistazo rápido al hijo del coronel. Sin embargo le faltaba; era evidente.
La muerte por aquí se llega de tanto en tanto, no es tan asidua como uno supone. Los tiene tan asegurados que se distrae, se la espera todo el tiempo y eso le quita ganas, no tiene cómo hacer despliegue de su sorprendente jaque, el factor sorpresa causa efecto muy rara vez y entonces hay días que los deja ahí, casi muertos, sin pasar a buscarlos.
Mientras pienso estas tonteras, Dany que no cree en mi resbalón m está mirando y me interroga sonriente: “-¿Te sentís mal?, ¿querés salir? Falta poco...”. Está hablando del horario de visitas, pero suena dobleintencionado.
Me habría ido sin duda, pero empezó el quilombo: los gritos, uno tras otro, las corridas, la confusión. Las visitas empezaron a asomarse, salieron al pasillo. Lo que fuera había ocurrido al fondo, en la anteúltima o última piecita. Por la puerta de acceso, que a nosotros nos quedaba ahí nomás, entró un grupo de gente de blanco, hombres y mujeres. Abrieron las puertas vaivén al mango y cuando las soltaron, como están vencidas por años de uso, las dos hojas se golpearon, rebotaron, se volvieron a golpear y habrían seguido así por horas, creo, si no las detenía el cana. En el hospital Muñiz se interna también a los presos con sida, así que la yuta es ama y señora, más o menos como en todas partes donde esté, pero era difícil imaginar cuántos policías andarían rondando en esa ciudadela de enfermos. Por donde entramos los visitantes hay generalmente dos o tres que parecen compulsados a exponer sus opiniones sobre fútbol, siempre las mimas, apenas remozadas por el último partido, dichas en voz alta, prepotente.
Pensando estas cosas, yo miraba al cana que, ubicado frente a las peurtas, observaba cómo se amontonaban visitantes, enfermeros y enfermos en el pasillo. Los primeros gritos dieron paso a cuchicheos azorados. Resumiendo, para entender el clima: de “se murió alguien” pasamos a “asesinaron a uno”.
Decidí tomarme las de Villadiego. Dany había traído el pie del suero hasta la puertita y casi me lo llevé por delante al darme vuelta. Parecía el único saludable del grupo; todos nosotros, incluido el Chino, desfallecíamos. Antes de que yo dijera algo, Dany me adivinó la intención y me aconsejó: “-Ni siquiera intentés salir. ¿Para qué creés que el cana se paró ahí?”
Era obvio.


Cuando el grueso de policías entró para llevarnos a todos, menos a los enfermos, de alguna manera estábamos enterados de lo que nos esperaba. Indignados también, pero resignados porque no había más remedio.
Pensé que nos llevarían en patrulleros, pero nos metieron en camionetas cerradas de la Federal, de ésas que uno ve siempre apostadas en las cercanías de alguna marcha política o de protesta.
Antes de que nos ubicaran, una mujer que hablaba hasta por los codos, nos aclaró que al tipo asesinado le había quedado el cuchillo clavado en el pecho. El mango del cuchillo, dijo, era negro, grande y resaltaba en medio de tanta sangre roja; eso aclaró: roja.
Durante el viaje nadie parecía preocupado. Ni los policías, ni los detenidos, que en la jerga precisa éramos demorados, según el Chino y los otros amigos de Dany. Me abstuve de opinar, porque como en la Argentina nos hemos vuelto experto en eufemismos y nos entretiene referir la realidad con nombres falsos, no sabía a ciencia cierta en qué categoría entrábamos y aunque muchos sacaban a relucir con cierto orgullo lo de testigos, yo, en el fondo, sospechaba que éramos presos y puntos, extrañamente tratados con guantes de seda por la Policía Federal Argentina. Nada menos.
Por el trayecto supe que nos llevaban al Departamento Central y deseé, aunque fuera descartable y sólo para la ocasión, un espíritu aventurero que me ayudara a aguantar el trance, pero sabía que algo me iba a salir mal y empecé a sospechar que ni espíritu a secas tendría.
Estacionamos, bajamos, entramos, nos sentamos donde nos indicaron y nos pidieron los documentos. Luego nos llamarían a declarar y nos íbamos.
La intuición de que algo me saldría mal dio paso a la certeza. No tenía el DNI y ni había pensado en que me lo pedirían.
El que retiraba los documentos parecía un chico de la secundaria disfrazado de policía. Cuando le dije que andaba sin documento, me miró confundido, como si le estuviera arruinando los planes a propósito y dijo: “¿qué hacemos?”; “comuníquelo”, le sugerí. Reaccionó con alivio, “espere”, ordenó. Llevó los documentos de los demás y tardó en regresar para que lo acompañara.
Al recinto daban varias puertas, todas iguales. Me indicó pasar por una y seguir por un pasillo en el que, de trecho en trecho había más puertas idénticas a las otras. Esa similitud me provocó malestar. El término laberinto siempre me sugería trayectos curvos pero en ese edificio mi concepto me pareció ridículo por simplista.
El canita abrió una de las tantas puertas, me invitó a pasar y otra vez dijo “espere aquí”, ahí mismo se abrió otra en la pared de enfrente y entró un policía tipo estándar, del modelo reconocible hasta sin uniforme.
Me autorizó a telefonear para que alguien trajera mi documento y se sentó frente a mí como para hacerme comprender que la autorización era una orden. Cuando conseguí comunicarme y pude arreglar, me hizo una seña y me fue diciendo, como en secreto, dónde debían entregarlo, “por la entrada de Moreno”, dijo el morocho y con cabecero y una ojeada al tubo, indicó que repitiera. “Que diga en esa entrada que le entreguen el documento al oficial Figueroa Gerónimo”, esperó que lo dijera, “Figueroa Gerónimo”, volvió a decir y a indicarme repetirlo. “Que sea antes de las veintidós”, esperó hasta que también dije esto y luego agregó “a esa hora me voy” y ya no gesticuló, como si le fuera indiferente que lo repitiera o no.
Se paró y salió. Cuando terminé de hablar, mi rigidez de espalda ya dolía. Traté de recordar un artículo sobre respiración yoga del Viva del domingo para practicar un poco. Inútil. Lo había leído con atención pero recién en ese momento comprendí que no enseñaba, como parecía, sino que elogiaba los resultados de la práctica. Me prometí inscribirme en algún curso y seguí contracturándome. No tenía miedo, pero la cabeza me estaba jugando una mala pasada.
Quién sabe desde qué rincón extraño, la memoria recuperaba intacta, como conservada en formol cerebral, la sensación de aquellos días. Ni yo mismo me explicaba. No el recuerdo de la anécdota, sino la vivencia emocional. Estaba sintiendo lo sentido.
Una revuelta de tripas que intentaban digerir lo que el cerebro rechazaba, me obligaba a resistir las náuseas, a controlar la diarrea cerrada. Ni el sueño aplacaba las vísceras erizadas, ni la obligación de disimular diluía la tensión de mis facciones plastificadas. Pensar era peligroso y no pensar, por imposible, aplanaba con dolor el cerebro. Había sentido hacía años, y estaba sintiéndola otra vez, nítidamente, la vibración de lo que acordamos en llamar alma, mi conciencia vital arrugada y crujiente dolía asustada.


Acá los trajeron. Acá se lo quedaron al Gallego; de acá no salió más. Este pensamiento había intentado interceptarme cuando me entretuve con lo del laberinto y zafé. Pero al final, me dejé ir en eso. Tal vez el Gallego se extravió entre las puertas de esta mole, distraído como era.
Éramos, en realidad. Aunque a esa altura de las cosas ya no. Porque llamo distracción a esa blandura con que sosteníamos la vida hasta que la dictadura del ´76 nos obligó a aferrarla de otro modo.
La puerta se abre y me sacudo con la columna hecha un resorte endurecido. Es el policía-pendejo que debe tener orden de vigilarme. Sonríe. “El oficial Figueroa ya viene”, me dice y sale.

Aquella noche, ya estábamos e el ´77, ellos se reunieron en lo del Gallego Fragas para preparar el final de Lógica. Yo decidí no presentarme porque mi viejo se estaba muriendo y toda la familia achicaba los compromisos para ocupar el tiempo en atenderlo al pobre.
Como a las tres de la mañana entraron tipos armados, con y sin uniforme policial y se los llevaron a los tres: Fernando, Esteban y el Gallego. A los dos primeros los largaron esa misma noche. Fernando y Esteban afirmaron siempre que los llevaron al Departamento Central.
Unos días después, Fernando acompañó a la familia del Gallego hasta acá mismo, como testigo, y a las pocas horas le aseguraron por teléfono que si no se callaba era boleta. Se calló, qué iba a hacer. A Esteban la propia familia lo sacó del país antes de que hablara de lo que había que callarse.
Ninguno se presentó a aquel examen, mi viejo se murió y yo ni retomé la facultad.

El oficial Figueroa abre la puerta con ímpetu, como en un apuro. Trae unos papeles y me explica que tomará mis datos para ir adelantando. Después declaro ante el comisario y chau. Cuando me traigan el documenta; más vale.
-Parece que fue un pariente, che. El hombre estaba muy jodido y lo liquidó para que no sufra. Seguro.
Me cuesta saber de qué habla. La historia del hospital y de cómo vine a dar acá me parece más lejana que los días en que desaparecieron al Gallego y se murió mi viejo.
-Yo tuve un medio pariente acá –le digo.
Es un impulso ciego, la certeza de que la columna no se me va a destrabar si no arriesgo.
El oficial hojea las planillas, “¿acá?, ¿en el departamento?” pregunta sin alzar la vista.
-Era medio pariente de mi madre y estuvo hace años, no sé ahora... Fragas, Juan. No sé si era Juan a secas, le decían Gallego Fragas.
Callé por prudencia. Me llegaba el olor a transpiración del morocho, antes no lo había notado, sin embargo olía añejo, decantado en el uniforme. Me dio asco.
No insistiría con el tema, si él no respondía, ahí quedaba.
Preguntó mi nombre y apellido y mientras escribía dijo: -Yo hace una punta de años que estoy acá y no he conocido un agente de ese apellido.
Yo, nada.
Me pidió el domicilio.
-¿Por qué tiempo más o menos habrá estado en el departamento?
-Uuhhhhh –la exclamación me alivió la espalda, me acomodé en la silla. El oficial me estaba mirando. –Hace veinte años.
Me preguntó algo más para la planilla y, mientras escribía, dijo:
-Espasandino. Seguro el comisario Espasandino estaba por entonces.
Yo dije: -Aaahhh, y me distendí otro poco.
Terminó de anotar los datos y yéndose confirmó: Fragas, Fragas Juan, ¿no?
Cuando cerró la puerta me paré, me estiré y di unos pasos par un lado y para el otro.
Descubrí que desde que entré allí, le había dado la espalda a un retrato del General San Martín. Me entró alegría, me le paré de frente. Era la cara que uno venía viendo sin parar desde el jardín de infantes, cada día, en algún momento, a veces ni se da cuenta de que lo manosea en algún billete. Alguna vez leí unos versos que destacaban la mirada de águila de San Martín. Le miré detenidamente los ojos al hombre del cuadro y quedé pensando que no hay bicho con mirada más humana que el águila, entonces.
Entró el oficialito y le pregunté si no tenía un cigarrillo. Dijo que me conseguiría uno y salió. Hacía años que yo había dejado de fumar, porque es malísimo para la salud, aunque en ese momento decidí que fumaría, consciente de que igual la salud se me estaba arruinando a fondo.
Volví a pensar en el Gallego. Fumaba como loco; recordé que decía qu en los buenos momentos, el pucho redondea la felicidad y que en los malos, cae como un apretón de manos. Quedaban los otros, los que no son ni buenos ni malos. En esos, el faso sostiene la capacidad de reacción para cuando haga falta, decía.

El canita volvió con el cigarrillo pero no tenía fuego, se disculpó y salió a buscarlo.
Cuando el golpe de estado, el Gallego y todos los demás éramos muy jóvenes, el colmo de jóvenes. Si él hubiera estado en mi lugar ahora –pensé, recuerdo patente–, ahora que no soy joven, ¿haría lo que hice? No podía pasar horas ahí, dialogar amistosamente con los uniformados y no mencionarlo siquiera. En estos veinte años aprendimos a decir las cosas de otra manera, Gallego. Consideré mejor esta agachada, digamos, a no hacer mención. Eso no.
Cierto que si le decía a Figueroa: “yo tuve un amigo que lo desaparecieron acá mismo durante la dictadura”, no me iban a torturar, ni a desaparecer a mí, pero seguro me demoraban o hasta me acusaban de algo, me inventaban un asunto. Estos se las saben todas. Me meten algo en el bolsillo, me acusan de drogadicto o peor, inventan algo para cargarme el asesinato del infeliz del Muñiz, me hacen cómplice del asesino.
El Gallego podría entender esto, seguro. Yo estaba tratando de explicármelo. La verdad es que la confusión me aflojó en cuanto se lo nombré al oficial.

El aprendiz de poli trajo fósforos, prendió uno, me convidó fuego. Amable el pibe, como un civil.
Fue maravilloso. ¡Pensar el tiempo que llevaba sin fumar! Lo viví como un reencuentro. Dentro de mí, el humo era un arlequín enfundado en una frisa tenue y jugaba malabares con pompones de tul. Un cosquilleo con sabor o un sabor con cosquillas, no sé bien.
Al rato, el oficial Figueroa me guió a otro despacho y quien supuse era el comisario me pidió que le informara por qué estaba en el Muñiz y qué hacía en el momento de enterarme de que habían asesinado a un paciente. Mientras yo hablaba y otro uniformado tipiaba, el interrogador apoyó el canto de la mano izquierda cerrada en puño y acomodó la derecha encima igualmente cerrada, sobre el hoy de los dedos apilados instaló el mentón y me miraba a los ojos como queriendo alcanzar a verme la nuca. No recuerdo qué dije ni cómo, pero sí que me aguantó tres o cuatro frases, se incorporó, hizo una seña al escribiente y dijo:
–Acá nadie recuerda a su pariente Fragas, pero vea, che, si quiere averiguar, lo puedo contactar con gente que ya no está en la repartición.
–Hablaré con mi mamá, a ver qué piensa –contesté y al mismo tiempo que lamentaba no haber dicho madre o vieja, observé que por la puerta del costado entraban Figueroa, el pendejo-policía y otro, más viejo, gordo, embutido en su uniforme.
–Podés irte –dijo el comisario. Todos estaban muy serios. Dije “buenas, muchachos” pero como no contestaron, salí nomás. Me pareció que iba a reencontrar sentados a los que vinieron conmigo y avancé, cada vez más dudoso, por un pasillo. No quería vueltear ni hacer preguntas. Ya iba medio frenado cuando me alcanzó el pendejo. Me había dejado el documento sobre el escritorio. Quise bromear pero vi que el pibe estaba tenso y antes de que se volviera le pregunté cómo se salía del Departamento. Me dijo que siguiera siempre adelante, como iba. Que abriera la puerta al final del pasillo, cruzara el patio de las palmeras y saliera a Moreno.
Miré la hora y decidí volver al Muñiz, pero estando en el parque de Caseros, ya entre la cárcel y el hospital, cambié de opinión. Me compré un pacho y una coca y me senté cera del monumento alzado hacía más de un siglo en memoria de los muertos por la fiebre amarilla.
Vino un pajarito y le tiré un cachito de pan. Voló llevándolo en el pico. Al ratito volvió o era otro pero yo quería que fuera el mismo y lo traté como a un conocido. Le gustaba el pan pero no soportaba intentos de domesticación. Se voló y me quedé con las miguitas en la palma.
En eso giré la cabeza y en un banco alejado lo vi al Gallego Fragas. Duró un instante, ahí nomás supe que no era. Pero soporté el patadón y el hueco abierto en la boca del estómago durante un rato. Mi razón comprendió más rápido que mi cuerpo, creo.
Miré hacia el hospital y decidí que no volvería más. Dany iba a morir de todos modos y yo recordaría de él lo que había visto hacía unas horas: su mirada burlona, su belleza de crepúsculo y los saltos epilépticos del conducto del suero, el codito de plástico que unía los tubos, esa mariposa roja, infantil, agitada por la vida de Dany, todavía.