El Gordo Yacante
vivía en la esquina de mi casa. Era un adolescente voluminoso y ruidoso, amigo
de mi hermano. Un día se cayó de un árbol y se arrancó una pierna… Fue una
conmoción para el barrio y para el pueblo todo. Y fue también mi primer
contacto con una tragedia. Yo tendría 8 o 9 años y mis ojos y mis oídos no
podían con tanto. Fue esa la primera vez que escuché hablar del “miembro
fanstasma”. Recuerdo a mi hermano, muchos meses después del accidente, desencajado (y mirá que era difícil
desencajarlo) contar que la pierna le seguía picando al Gordo Yacante, le
seguía doliendo, seguía sintiendo frío o calor en el pie ausente, se le
acalambraba y hasta se le dormía la pierna… como si la tuviera… Yo escuchaba
silenciosa y luego le escribía a Delia que me contestaba largas cartas
explicándome por qué sucedía lo que le sucedía al Gordo Yacante… Delia siempre
tenía respuestas razonables y claras para todo. Y siempre tan precisa en sus
explicaciones…
Hace cuatro meses
que la extraño. Extraño a mi hermana… a mi amiga, a mi compañera, a mi confidente,
mi cómplice, mi comadre, mi camarada, mi compinche; “mi tierra, mi sangre, mi
pana y mi llave”, como dice Galeano que dicen por Latinoamérica…
Extraño a mi
hermana, hermana mía… Y más… porque extrañándola extraño todo lo que ella era y
todo lo que era yo al tenerla.
La extraño a ella,
pero también extraño su casa, que era como mía. Extraño sus comidas, el olor de
su cocina, sus plantas y sus flores, sus cuadros y sus libros, su música, sus regalos creativos, sus postres deliciosos,
la calidez de su habitación, la interpretación de su I Ching, su mesa generosa,
la charla de su mate, la alegría de su
vino.
Extraño sus
mails, su voz, su amor por los gatos, su vocación por las palabras, su ternura
abismal, su dolor social, su comprensión
infinita, su emoción por las Madres, su lealtad a los Compañeros, su
devoción por el Ché, su análisis exacto, su confianza en el Hombre, su paciencia
con los niños, su don docente, su aguda
sesera, su idea y su credo, su severidad. Extraño nuestras extendidas charlas
nocturnas cuando se quedaba a dormir en casa… y hasta nuestras discusiones.
Extraño todo lo
que había cuando ella estaba… Extraño su voz, su palabra, su convocatoria
familiar, su abrazo, su llamado cotidiano y su reto. La extraño porque la necesito. Pero
también porque ella me necesitaba… La extraño porque ella ha sido una de las
poquísimas personas que me ha hecho sentir que mi opinión le importaba. Porque
si yo no la llamaba ella me llamaba. Porque si le pasaba algo, bueno o malo,
necesitaba contármelo. Porque buscaba mi consejo y mi opinión. Porque me amaba
y me lo decía. Porque necesitaba verme y
hasta con esfuerzo generaba las condiciones para que lo hiciéramos…. Extraño
nuestro proyecto de envejecer juntas…
Y, sin embargo,
es raro. Porque la invoco y la convoco, y ahora charlo con ella aún más que
antes. Ahora charlo con ella todo el tiempo. Todo el tiempo, sísísí to-do-el-tiem-po, como si la tuviera.
Su ausencia es
como si me hubieran arrancado una pierna. Que sigue picando, doliendo,
sintiendo frío o calor, acalambrándose y durmiéndose… Como aquel “miembro fantasma” del gordo
Yacante, que ella supo explicarme tan bien cuando aquel doloroso asombro de
la infancia. Pero ya no soy una niña, aunque así me sienta en medio del dolor;
ni ella está para explicármelo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario