viernes, 24 de agosto de 2012

XI


Yo me vuelvo a una siesta polvorienta,
veinte veces atrás,
años contando.
Irrumpo en un verano,
y en tus manos,
y a la sombra de talas majestuosos
voy de nuevo a esconder
nuestros rubores,
nuestra intención tan tibia
y vergonzosa.

¿Recordarás mi risa en guardapolvo?
¿Mis rígidas chapecas escolares?
¿El blazer oficial y obligatorio?
Y aquellos besos míos,
y el impulso atajado
apenas un destello, presuroso…

Yo recuerdo aquel viento tan caliente,
aquellas rabonas necesarias,
aquella calle umbrosa y silenciosa,
tan lejana del pueblo y las miradas…

Hoy no sabría indicar
dónde quedaba…
¿Recuerdas cómo llegar a ella
después de tantos años?
Yo me iba tras de ti…
Me viene a la memoria un alambrado.
Lo cruzábamos saltando por encima,
ahí me dabas la mano,
y de allí en más,
ni yo la retiraba
ni vos me la soltabas.
Y andábamos un rato entre los surcos,
la altura de las viñas nos tapaba,
pero el sol, y aquel azul intenso,
nos hacían sentir como en la plaza,
a merced de los chismes,
a riesgo de mirones,
y andábamos callados y ligeros.

Le arrancábamos ambos
un racimo al viñedo,
y nos lo intercambiábamos risueños,
y por no desprendernos de las manos,
arrancábamos granos a mordiscos,
y comíamos un dulce
siempre amargo,
comparado al idilio
que gozábamos.

Y al final de la viña
aquel camino,
bordeado de talas tan robustos,
tan de copas unidas,
que formaban una larga bóveda
por la que caminábamos sin prisa.

Y allí un hilo de besos...
a darnos manotazos contenidos,
y a ver qué tal encaja
tu mano en mi cintura.

Tropezándonos entre nosotros
íbamos,
pero sin detenernos,
por miedo, por precaución tal vez,
pero encendidos.

Al fin de aquel camino
todo un lujo de sol nos detenía.
Pegábamos la vuelta
de la mano,
y de a poco, otra vez a lo mismo.

Y a cruzar el viñedo,
y robar el racimo
y mirarnos la risa,
y soltarnos las manos,
y cruzar todo el pueblo
y esperar desde entonces
otro día propicio.

Hasta aquél,
que ni uno ni otro
supo que sería el último.

De allí nos dimos a otros rumbos.
De vos nada he sabido,
de mí, al cabo, no mucho.

Me fui de aquellas siestas
eléctricas de sol, viñedo y talas,
a otras siestas de alarmas,
de escaleras mecánicas,
de pujas, competencias y cemento.

No niego que he vivido.
Pero agregar más luz
¿a aquel destello?
¿más paz a aquel retiro?
¿más gozo a aquella plenitud?
¿más alegría a aquella dicha intensa?
¿Cómo podría?

Sólo así,
volviendo en el recuerdo
veinte veces atrás,
años contando.

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