viernes, 24 de agosto de 2012
II
Hoy cometí osadía.
Pero una de esas grandes.
La oficinista puso
los ojos a un costado,
me miró con dos huecos
de cordial desagrado,
y volvió a preguntarme
lo mismo,
preguntando
como si prefiriera
olvidar lo escuchado:
«-¿Cuál es su ocupación?,
indique claramente,
no sé si me comprende,
su oficio o profesión-»
Y yo,
no sé si terca,
o si sincera,
me atreví nuevamente
con el dato:
«Señorita, ya dije,
soy poeta».
Y ella no sólo puso
los ojos de costado,
convirtió en disimulo
en algo inexistente,
transformó las dos manos
en nada más que gestos,
y puso desde el cuello
un sonido impotente.
«-No es posible, lo siento-»
desmayó en una frase
su extinguida paciencia,
«aún no figura en listas
profesión como esa».
Olfateó el formulario
a punta de birome
y me plantó uno
«no tiene»
justo en el corazón.
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