(15 años tenía Delia en esta foto)
POEMA XI
(a Rulo, amor adolescente)
Yo me vuelvo a una siesta
polvorienta,
veinte veces atrás,
años
contando.
Irrumpo en un verano,
y
en tus manos,
y a la sombra de talas
majestuosos
voy de nuevo a esconder
nuestros
rubores,
nuestra intención tan tibia
y
vergonzosa.
¿Recordarás mi risa en
guardapolvo?
¿Mis rígidas chapecas
escolares?
¿El blazer oficial y
obligatorio?
Y aquellos besos míos,
y
el impulso atajado
apenas
un destello, presuroso…
Yo recuerdo aquel viento tan
caliente,
aquellas rabonas necesarias,
aquella calle umbrosa y
silenciosa,
tan lejana del pueblo y las
miradas…
Hoy no sabría indicar
dónde
quedaba…
¿Recuerdas cómo llegar a ella
después de tantos años?
Yo
me iba tras de ti…
Me viene a la memoria un
alambrado.
Lo cruzábamos saltando por
encima,
ahí me dabas la mano,
y de allí en más,
ni
yo la retiraba
ni
vos me la soltabas.
Y andábamos un rato entre los
surcos,
la altura de las viñas nos
tapaba,
pero el sol, y aquel azul
intenso,
nos hacían sentir como en la
plaza,
a
merced de los chismes,
a
riesgo de mirones,
y andábamos callados y
ligeros.
Le arrancábamos ambos
un
racimo al viñedo,
y nos lo intercambiábamos
risueños,
y por no desprendernos de las
manos,
arrancábamos granos a
mordiscos,
y comíamos un dulce
siempre
amargo,
comparado al idilio
que
gozábamos.
Y al final de la viña
aquel camino,
bordeado de talas tan
robustos,
tan de copas unidas,
que formaban una larga bóveda
por la que caminábamos sin
prisa.
Y allí un hilo de besos...
a darnos manotazos
contenidos,
y a ver qué tal encaja
tu mano en mi cintura.
Tropezándonos entre nosotros
íbamos,
pero sin detenernos,
por miedo, por precaución tal
vez,
pero
encendidos.
Al fin de aquel camino
todo un lujo de sol nos
detenía.
Pegábamos la vuelta
de
la mano,
y de a poco, otra vez a lo
mismo.
Y a cruzar el viñedo,
y robar el racimo
y mirarnos la risa,
y soltarnos las manos,
y cruzar todo el pueblo
y esperar desde entonces
otro
día propicio.
Hasta aquél,
que ni
uno ni otro
supo que
sería el último.
De allí nos dimos a otros
rumbos.
De vos nada he sabido,
de mí, al cabo, no mucho.
Me fui de aquellas siestas
eléctricas de sol, viñedo y
talas,
a otras siestas de alarmas,
de escaleras mecánicas,
de pujas, competencias y
cemento.
No niego que he vivido.
Pero agregar más luz
¿a
aquel destello?
¿más paz
a aquel retiro?
¿más
gozo a aquella plenitud?
¿más
alegría a aquella dicha intensa?
¿Cómo
podría?
Sólo así,
volviendo en el recuerdo
veinte
veces atrás,
años
contando.
(MDM - 1994)
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