jueves, 13 de agosto de 2015

Tres años.

Es necesario conversar a solas con las lágrimas. Las que sacamos con nuestros ojos a cuestas una tarde de invierno malherido y vuelven misteriosamente con la puntualidad rota de la ausencia. Es posible escucharles su voz para que nos cuente de su encuentro con un sueño perdido. Hay que aprender a confiar en los secretos de las lágrimas escondidas en los pañuelos.
En atardeceres quebrados, cuando la quebradura es amplia, lado a lado del dolor, suelen convertirse en compañeras fieles.
(Atardecer de un 13 de agosto, en un pueblito que huye de las aguas)

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