Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
Miguel Hernández
Y yo sonrío, pongo mi mejor mirada social, cuelgo mi sonrisa en el perchero de lo correcto y apretando el “on” de las respuestas automáticas, contesto un: “Sí, sí... estoy como voy pudiendo”.
Mientras, “¿Por qué tendría que estar mejor?”, pienso…, “¿porque pasaron seis meses?”, concluyo...
¿Será ese el parámetro de tiempo que se considera el necesario para empezar a mejorar? Pues no es el mío. Sino más bien todo lo contrario.
“Estoy seis meses peor” me digo, intentando evadir el alarido.
La tristeza tiene mala prensa. Entonces, es mejor sonreír y permitir que piensen que “estar como voy pudiendo” es estar un poquito mejor. Cuando lo íntima e infinitamente cierto es que cada día estoy un poco más triste, algo más desesperada, bastante más angustiada, y enloquecidamente más cerca de lo insensato. Con muchas más ganas de verla, de escucharla, de abrazarla, de "desenterrar su noble calavera", como canta el poeta.
A medida que pasa el tiempo entiendo menos, acepto menos, y me resigno cero. Ahogo en la almohada un inútil gemido primal que machaca por qué por qué por qué...
Y vuelvo a mirar las fotos, a revisar agendas, a leer notitas, poemas, cuentos, a desempolvar videos, a repasar conversaciones, a buscar recuerdos en los rincones imposibles con desesperado propósito de recuperarla...
Un ratito, por favor, un ratito.
La convoco en sueños y la veo del otro lado del horizonte; cuando está por decirme algo pasa un avión y no me deja escucharla; cuando la alcanzo en una calle no es ella; cuando estoy por abrazarla me despierto...
Seis meses, medio año, toda una vida sin Delia. Esta vida de seis meses y toda la que vendrá... Seis meses, medio año. No. No estoy un poquito mejor. Estoy seis enajenados meses peor.
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