Sin edad.
Así ando... sin edad.
Así he quedado... sin edad.
Como antes. Como hace un milenio. Un minuto.
Ayer, con la muerte de mi padre quedé grande siendo niña...
Hoy quedé niña siendo grande.
La muerte a destiempo me deja sin edad.
Mi padre... tan joven. Dejándome sola. Adolescente adulta, envejecida.
Mi hermana... tan necesaria. Dejándome sola. Adultamente niña, desprotegida.
Así me siento. Sin edad. Como antes. Como ayer. Como hace un rato.
En esa grieta de edades a destiempo voy cayendo. Atravesar quisiera la edad que tengo. Y quedarme.
Pero adolezco. Y no puedo.
Chiquita me siento, apenas niña. Buscando ávida esa mirada concentrada de amor que me alivie el miedo que me da la noche. Endeble púber me siento, buscando su palabra que explique el desconsuelo. Adolescente ilusa me siento, buscando ansiosa su mano solidaria para cruzar la calle que me lleve a la adultez. Absurda y sola me siento. Aún estando acompañada. Patética en mi herida recién inaugurada, me siento. Vetusta y doncella. Matusalénica y manceba.
Sin edad, me siento.
Caminando a tientas en una oscuridad que no invita pero deglute.
Sin edad. Sin brújula. Barrilete sin cola, me siento.
Estirando la mano desde esa grieta en desesperado gesto estéril por sentirme otra vez en su regazo. Hermana inmensa que trasmutó en madre, en amiga, en cómplice. En compañera.
Es que el dolor a destiempo no tiene edad. O, mejor, al destiempo del dolor no hay edad que lo soporte.
De a ratos, muchos, esta edad sin edad que me taladra se me vuelve intolerable.
En otros, menos, sólo la extraño.
13 de junio. A 10 meses...
Te cargo en mis brazos, amiga, niña, inmensa hermana, te cargo y te abrazo. Tu palabra siempre dando inmenso y delicado calibre a lo humano en vos y, sobre todo, en Delia!
ResponderEliminarTe quiero.