domingo, 31 de marzo de 2013

Confesión y credo

Hoy, revisando rincones, encontré tesoros... Este es uno:



Para seguir queriéndote
tal y como te quiero
tengo que resistirte.
Aprender a enseñarte
que debés aceptarme
como me conociste,
sin intentar cambiarme
ni un poquito.

Yo tengo estilo propio,
no mejor que los otros
pero yo lo defiendo
como a un bien muy costoso.
Válgante como ejemplo
(aquí te las enumero)
las formas en que siento:

Pongo mucha atención
cuando hay silencio,
y puedo distraerme
cuando me hablan.
Cierro fuerte los ojos
cuando quiero ver claro.
Me incomodan elogios
cuando hago lo que debo
y aguanto que me adviertan
(aunque a veces me duela)
si voy equivocada.

Desconfío de los hombres
que no muestran defectos,
de toda gran belleza
que luzca indeformable,
de los que nunca fallan
un poco en sus deberes,
y alardean de neutrales
de ingenuos e inocentes.

Odio a los que se escuchan
como a un dios a sí mismos
e, indecentes, confunden
lo que es buen amor
con mal equivalente.

No creo en los pecados,
ni en dios, ni en la electrónica.
Creo sólo en el hombre.
No creo en la elegancia,
ni creo en la conveniencia,
ni en todo el que sonríe
queriendo convencerme.

Creo que la conciencia
existe en tanto existe la materia,
y según la materia
es el exacto estado
que alcanza la conciencia.

Aborrezco a los hombres
que se sienten mejores
que el que los acompaña.
A los que dicen ver
mirando de reojo
y creen que sonreír
es enseñar los dientes.

A todas horas siento
que soy mortal y débil
y al mismo tiempo siento
que soy eterna y fuerte.
Aunque camine sola
me siento acompañada
y aún rodeada de muchos
alcanzo soledades.

Creo en la autoridad
que va en mi corazón;
que sólo a mis amigos
les duelen mis errores,
por eso les consiento
que critiquen mi vida.

Creo que el Amor barre
el lodo y la ceniza,
que puede encender fuegos
sobre el viento y la nieve
y cambiarle el futuro
al planeta que pisas.

Creo que mi destino
es nada más que mío
y que debo construirlo
de acuerdo a mi albeldrío.

Creo que la niñez, tan solo,
no merece el presente,
nosotros merecemos
cuando nos roza o hiere.
Por lo que calculamos,
por lo que omitimos,
por lo que intercambiamos
y lo que no pusimos.

No tengo santo
a quien rezarle
y la única virgen respetable
me parece la vida.

Más que nada en el mundo
creo en un gran futuro
sin fronteras,
de una sola bandera
con una sola estrella
con el color teñida
de la  sangre
de mis amados muertos.
Y aunque no la veré
lo mismo creo.

Tan sólo me consiento
sin darme en la cabeza,
mi eterna inocentada
de querer ser poeta
de cara contra un mundo
que aplaude las miserias.

Admito: no tengo alas,
más sospecho que vuelo;
y no tengo divinos
poderes envidiables,
más cotidianamente
yo creo en mis milagros.

De vos, espero todo
lo que te guste darme.
Ni un poco más ni menos,
lo que te plazca, vale.
Sólo una condición
quisiera sugerirte:
que sea tu corazón
como una brecha abierta
al entregarme
los gestos y palabras.
No creas que es
por mí misma,
sólo tu gesto puro
hace que seas gigante.
En cuanto a lo que espero,
esencialmente hablando,
es que tal como soy, algún día,
me permitas amarte.

MARÍA DELIA MATUTE - 1984

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