No puedo escribir sino de ella. De la penumbra tibia de sus ojitos negros. De la docencia de sus palabras, reales y dulces, siempre atentas, siempre alertas, fundando manifiestos esenciales.
Perdida en esta nueva ciudad que hoy me anida, busco la sombra blanda de su figura, ligera y movediza, en cada esquina, en cada calle. Porque ando apencando blandamente la mentira infinita de su muerte.
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