viernes, 13 de junio de 2014

Junio. 22 meses.

Apunada mi alma en la altura de tu ausencia, se refugia desprotegida en el vértice tierno de los recuerdos. Entonces me veo niña de sonrisa fácil subiendo por el borde de tu mano para colgar mis ojos en los tuyos, ávida por saberlo todo. Me calzo zapatos guillerminas para verte abotonarme su presilla. Compro cuadernos tapa dura para que me los forres con azul araña. Busco la calesita de la esquina para dedicarte la jubilosa sortija. Mas no alcanza. Nada alcanza.

¿Cómo se hace para "alcanzar" el consuelo? Qué rezos, qué ceremonias, qué introspección, qué búsqueda... qué religiosas voluntades deberían engarzarse en el altar de la falta... Busco, me alecciono, me disciplino en rigurosas devociones, buceo en resplandecientes soledades, sostengo manos en rezo, entono la brumosa letanía del "om", me esperanzo en esa luz extraña, me ahueco en aquella oscuridad, canto aquella oración y te la dedico, me asiste algún sueño reparador con un abrazo... Pero nada. El silencio de tu voz silenciada me ensordece. Y da paso, inevitable, al doliente lamento.

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