"...la
tragedia siempre siembra
un silencio pesado."
María Negroni
“Después del final de la palabra
empieza el gran alarido
eterno”.
Clarice Lispector
Me declaro
absolutamente incompetente para comprender la muerte.
Me declaro
absolutamente incapaz de aceptarla.
Sería
lógico, y deseable, que si venimos a esta vida con la única certeza de que vamos
a morir y comenzamos a morir con el primer aliento, viniéramos genética, natural
y biológicamente preparados para comprenderla y aceptarla.
Pero
no.
Y no me
vengan con tonterías. Que estoy en la etapa de la ira...
Para colmo
hoy vivimos con el tiránico mandato del “ya”. Todo es inmediato y efímero y
fugaz y los duelos no escapan a esa consigna.
Me exigen,
buenamente, un duelo urgente...
Entonces
los engaño... Les doy el gusto...
No hablo. O
hablo poco. Y sonrío. Y digo “bien”. Y trabajo, como, camino, proyecto, brindo,
actúo, origino, procedo... Y apenas si digo lo que me pasa. Apenas, lo juro.
Aunque lo que me pasa sea tanto que en cuanto lo esbozo,
ahoga.
Acepto en
disconformidad absoluta la soledad del dolor. Y descubro sorprendida que esa
soledad se construye exactamente por eso... Porque cuesta mucho soportar el
dolor del otro.
Pero es
así, y es razonable.
Todo ha
sido tan inmediato. Tan vertiginoso. Delia se fue tan súbitamente, acechada por
el arrebato de la estúpida muerte; y rodeada por el estupor de los que no
podíamos comprender y seguimos sin poder hacerlo.
Tuve que
despedirme con apremio, con urgencia, fugazmente, de su inteligencia, de su
vitalidad y de su compañía.
No tuve
lucidez ni claridad para despedirme de ella gloriosamente, y me niego entonces a
tener un duelo efímero. Aunque sea en soledad.
Esta
semana de mayo coincide exacta y demoníacamente con la de hace nueve meses.
Domingo 5. Lunes 13. Nueve meses.
Nueve meses
han pasado y es nada. Sigo ahí, ahí, absurdamente asombrada; ásperamente rota;
toscamente derribada. Ahí. Sigo ahí, rogándole que me perdone mi inmadura
ineficiencia. Sigo ahí, culpándome por no poder cumplirle uno solo de sus
expresos deseos, ni una sola de nuestras risueñas fantasías. Sigo ahí, sin poder
cumplírselos. Y no podré cumplírselos ya nunca. Porque no pude cantar (qué
ocurrencia) y seguiré llorando. Porque no puse música. Ni al Ché. Porque no pude
evitarle cruces ni flores. Porque no pude ocultar el pudor de su pequeña
palidez... Porque no será del agua ... Ni de la Plaza. Porque quedé estaqueada a
la última morada. Sin palabra ni acción que la contenga. Sin relato que la
explique.
Eso sí:
propuse un brindis, eso pude, y brindé con un malbec, que a ella tanto le
gustaba, por lo mucho, por su luminosa vida tempranamente interrumpida.
Nada de lo
efímero puede acercársele a este duelo.
Nada de lo
inmediato ni de lo raudo.
Nueve
meses. Nada y todo. Apenas el tiempo de la gestación de esta pena. Toda la hora
de parir este dolor. Ya está maduro. Parirlo y acunarlo. Y dejarlo crecer,
porque amerita. Así será... cada vez más grande y no a la inversa. Descomunal
lamento. Inmenso en medida proporcional a lo inexplicable y devastador de esta
ausencia.
Nueve
meses. Asisto al nacimiento de este luto. Es el silencio. Es el alumbramiento
del alarido silencioso. Y extremo.
Stella
mayo´13
No hay comentarios:
Publicar un comentario