sábado, 11 de mayo de 2013

El duelo en los tiempos de la inmediatez


"...la tragedia siempre siembra
un silencio pesado."
María Negroni

“Después del final de la palabra
empieza el gran alarido eterno”.
Clarice Lispector



Me declaro absolutamente incompetente para comprender la muerte.
Me declaro absolutamente incapaz de aceptarla.
Sería lógico, y deseable, que si venimos a esta vida con la única certeza de que vamos a morir y comenzamos a morir con el primer aliento, viniéramos genética, natural y biológicamente preparados para comprenderla y aceptarla.
Pero no.
Y no me vengan con tonterías. Que estoy en la etapa de la ira...
Para colmo hoy vivimos con el tiránico mandato del “ya”. Todo es inmediato y efímero y fugaz y los duelos no escapan a esa consigna.
Me exigen, buenamente, un duelo urgente...
Entonces los engaño... Les doy el gusto...
No hablo. O hablo poco. Y sonrío. Y digo “bien”. Y trabajo, como, camino, proyecto, brindo, actúo, origino, procedo... Y apenas si digo lo que me pasa. Apenas, lo juro. Aunque lo que me pasa sea tanto que en cuanto lo esbozo, ahoga.
Acepto en disconformidad absoluta la soledad del dolor. Y descubro sorprendida que esa soledad se construye exactamente por eso... Porque cuesta mucho soportar el dolor del otro.
Pero es así, y es razonable.

Todo ha sido tan inmediato. Tan vertiginoso. Delia se fue tan súbitamente, acechada por el arrebato de la estúpida muerte; y rodeada por el estupor de los que no podíamos comprender y seguimos sin poder hacerlo.
Tuve que despedirme con apremio, con urgencia, fugazmente, de su inteligencia, de su vitalidad y de su compañía.
No tuve lucidez ni claridad para despedirme de ella gloriosamente, y me niego entonces a tener un duelo efímero. Aunque sea en soledad.

Esta semana de mayo coincide exacta y demoníacamente con la de hace nueve meses. Domingo 5. Lunes 13. Nueve meses.
Nueve meses han pasado y es nada. Sigo ahí, ahí, absurdamente asombrada; ásperamente rota; toscamente derribada. Ahí. Sigo ahí, rogándole que me perdone mi inmadura ineficiencia. Sigo ahí, culpándome por no poder cumplirle uno solo de sus expresos deseos, ni una sola de nuestras risueñas fantasías. Sigo ahí, sin poder cumplírselos. Y no podré cumplírselos ya nunca. Porque no pude cantar (qué ocurrencia) y seguiré llorando. Porque no puse música. Ni al Ché. Porque no pude evitarle cruces ni flores. Porque no pude ocultar el pudor de su pequeña palidez... Porque no será del agua ... Ni de la Plaza. Porque quedé estaqueada a la última morada. Sin palabra ni acción que la contenga. Sin relato que la explique.
Eso sí: propuse un brindis, eso pude, y brindé con un malbec, que a ella tanto le gustaba, por lo mucho, por su luminosa vida tempranamente interrumpida.
Nada de lo efímero puede acercársele a este duelo.
Nada de lo inmediato ni de lo raudo.
Nueve meses. Nada y todo. Apenas el tiempo de la gestación de esta pena. Toda la hora de parir este dolor. Ya está maduro. Parirlo y acunarlo. Y dejarlo crecer, porque amerita. Así será... cada vez más grande y no a la inversa. Descomunal lamento. Inmenso en medida proporcional a lo inexplicable y devastador de esta ausencia.
Nueve meses. Asisto al nacimiento de este luto. Es el silencio. Es el alumbramiento del alarido silencioso. Y extremo.
Stella
mayo´13

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